domingo, 28 de abril de 2013

Arenilla en los ojos

Creí que había dado una viejada, término que se utiliza en mi tierra cuando alguien envejece de repente.  Esto lo pensaba porque en el último mes mis párpados superiores se están adueñando demasiado de un terreno que no les pertenece, caídos y pesados sobre mis ojos. Como mi abuelo, como mi padre, pero ¿podría ser poco a poco? Y este sueño a todas horas que pica en los ojos como arenilla...

Anoche me llevaron a la capital. Preciosa y bulliciosa, llena de terrazas y locales de ocio repletos de gente. Entonces lo supe, cuando las siete personas que estaban conmigo se quejaban de tener arena en los ojos, igual que yo. Luego me hicieron ver que también la teníamos en la piel. ¿Es arena que transporta el siroco? No. Es ceniza del volcán, me dijeron.

Hoy el viento ha cesado. Ahora es una brisa agradable. Estoy sentada en la terraza de mi habitación con el portátil sobre mis rodillas. La ceniza no se ve sobre el teclado pero rueda bajo la yema de mis dedos. Por la ventana abierta de un edificio a un centenar de metros sale el Stand by me, de Ben E. King. Me pican los ojos, pero no es sueño. Mis párpados están hinchados, pero no es que me haya hecho vieja de repente. Es la ceniza del volcán.


Desde enero de 2013 progresivamente va ganando actividad.
En abril empieza a ser espectacular.

viernes, 26 de abril de 2013

Igualdad en receso

Se ha dado un salto generacional hacia atrás en cuestión de igualdad de la mujer. Los pasos que se fueron dando en mi generación y posteriormente, se han desandado. Cuento con una muestra reducida pero significativa de chicos y chicas de edades comprendidas entre los 17 y los 24 años en los que hay una parte activa -que se manifiesta- y una parte pasiva -que calla, y quien calla otorga o al menos no plantea oposición-. Los chicos pertenecen a la parte pasiva, algunas chicas también. Está claro que a ellos no les conviene hablar, ya que son los protegidos de las chicas, los que se ven eximidos por algún arte de birlibirloque que no comprendo de las tareas domésticas cotidianas y quienes tienen patente de corso para salir de conquista y aplausos por la victoria, en tanto que a ojos de algunas, las otras que no cumplen con sus tareas asignadas o que conquistan a algún chico, obtienen no solo beligerancia sino calificativos bastante desagradables.

Me pregunto por las madres, esas en cuya generación se hicieron avances en materia de igualdad de los que se están beneficiando. ¿A qué se han dedicado durante la cría y educación de sus hijos e hijas? ¿Solamente a disfrutar de los derechos adquiridos? ¿No los han transmitido por desidia, por exceso de celo maternal o por ignorancia? ¿Creían que era una batalla ganada? ¿Les parecía mejor el viejo modelo? Un tema tan frágil y todavía en mantillas, no se habría debido tomar tan a la ligera. A la vista está cuáles son los resultados: un retroceso que me hace recordar tiempos muy lejanos. Me pregunto hacia dónde vamos y cuándo se empezará a ir hacia delante otra vez.

miércoles, 24 de abril de 2013

Como un bebé

Es la cercanía del mar. Aunque no pueda olerlo, aunque desde mi ventana solo veo montañas de azul grisáceo oscuro, tejados, la torre de una iglesia y la cúpula de una basílica, aunque me quisieran engañar contándome que estoy en una ciudad del interior, yo sabría que el mar no está lejos, solo porque duermo como un bebé.

Esta familia no es la mía, ni esta casa, y sin embargo, si no fuera por el siroco que azota la ciudad por segunda vez en menos de un mes, diría que esta tierra es mi tierra, así que no puedo hablar propiamente de destierro.

Todas las noches cierro los ojos y me duermo sin dar ni media vuelta. Tampoco es que la anchura de la cama permita muchas aventuras. Y todas las mañanas, entre las 7 y las 8,  me despierta el ladrido del mismo perro. Puedo adivinar que a esas horas el dueño o los dueños se van a trabajar y lo confinan en el balcón. Luego su ladrido se entremezcla con el ruido de los coches que empiezan a circular por la calle y ya me pasa inadvertido. Me pongo en pie, levanto la persiana, salgo al balcón y recibo los rayos de ese sol que ya lleva un buen trecho andado, no como en mi verdadera casa, allí el sol madruga menos.

Mi casa, la verdadera. La añoro, con su olor a casa mía, a gente mía. Con sus ruidos peculiares de buena mañana: el agua de la ducha en el otro baño, luego un secador de pelo, el graznido de ese pájaro tropical que nunca he visto, el canto de un par de canarios que compiten o se comunican, el de los gorriones, que en este tiempo y a esas horas son una mezcla de piar de polluelos y de madre que los alimenta... Mi ropa, mi colchón, mi almohada, unas manos en mis mejillas y un beso en los labios, el ruido de la cafetera, el olor a café, a cola-cao y a tostadas, mi refugio, mi fortaleza, mi hogar... que lo único de malo que tiene es que el mar no está cercano y a veces me visita el insomnio... ¿Alguna vez fui mujer de mar? ¿En otra vida? Me encanta pensar que hubo otras vidas antes que esta. Me divierto contándomelas.

Y me eché a dormir

Fueron tantas veces las que me pareció reconocerla en aquella que se paraba frente a mí... pero bastaban unos días para darme cuenta de mi error, ese lunar era pintado y se borraba con las primeras caricias. Caricias fueron, al fin y al cabo, y placer, que no todo lo bueno de la vida se ha de llamar Ella ni se ha de llamar Amor. Había que jugar, pues, la partida que nos tocaba.

Yo no, yo no me paré nunca ante nadie excepto una vez y ella no me reconoció, sería que no era yo. Tanto da que no fuera ella como que no fuera yo. Me di cuenta de que de nada había servido buscarla sin criterios o con ellos, de incógnito o con un clavel en la solapa, en el bar de la esquina o en las antípodas... Si había de venir, lo haría por su propio pie sin ser llamada. En cualquier lugar del mundo estará, me dije, y entre partida y partida, me echaba a dormir, como esa mañana en que ella me despertó.

martes, 23 de abril de 2013

Ya no quiero aprender más del amor

Dicen algunas religiones y filosofías que todo lo que nos trae la vida es para que aprendamos y que cuando perdemos algo tenemos que darnos por satisfechos porque también eso es un aprendizaje: la puerta que se cerró y las que se abrirán por haberse esa cerrado. No sé si esas teorías invitan al conformismo o a la resignación. Lo único que sé, por si sirve como alegato, es que en cuestiones de amor no he dejado pasar la vida en balde. 

Viví mucho y amé tanto como viví. Abandoné no obstante. Perdí también sin haberlo deseado. Amé y me amaron. Herí y me hirieron. Conocí el sabor del hastío y el de la derrota, el de la paz y el de la violencia... y otros: del deseo, de la apatía, de la decepción, de la belleza, de la fealdad, de la frustración, de la victoria, de la mujer, del hombre, de la risa, del llanto, del abandono, del placer, de las relaciones tan cortas que solo duraron una noche y un día, de las que sumaron lustros, de las intermedias, hermosas y menos... Solo falta una lección y no la quiero. No la necesito porque a fuerza de temerla ya la aprendí. Ya lo he aprendido todo del amor y aquí me planto. Ojalá tampoco ella tenga más que aprender. Y entonces, que la vida nos deje hacer el resto del camino libremente juntas y con las mochilas ligeras.

domingo, 21 de abril de 2013

Y, sin embargo, ella se fue

Lloré, me sumergí en ese estado lamentable de quien pierde el horizonte, ese que veíamos juntas desde hacía años. Sin ella había que buscar otros, seguramente existían pero aún no podía verlos y lo que no consigues ver no existe si no haces un acto de fe. Pasé meses de angustia en los que busqué paliativos que me hicieran más fácil el duelo. A veces funcionan, como esa vez.

Después de que pasara la pena, me deshice de los paliativos y seguí la búsqueda. Cuántos años buscando, cuántos tesoros hallados por el camino que tomé por buenos y por míos sin serlo del todo, como Elsa. Y cuánta miseria también. Desterrados unos, desterrada de otros. ¿Y qué? No hay que desesperar. Hay quien encuentra pronto y quién acaba haciendo de la búsqueda un oficio, como es mi caso. Miraba el mapa mundi e imaginaba millones de puntos microscópicos que eran seres humanos. Hombres y mujeres. No, hombres no, solo mujeres. Mi tesoro ha de tener aspecto de mujer, cuerpo de mujer, piel de mujer, alma de mujer... Pero ¿en qué continente estará? ¿Qué tendré que hacer para hallarla? Quién sabe, quizás un día en algún aeropuerto me la encuentre... porque no va a darse el milagro de tenerla aquí al lado, difícil, imposible.

Se había ido tiempo atrás y me había dejado lo mejor que tenía: su cariño por mí, inmenso como el mío por ella. Y seguimos siendo las mejores cómplices y las mejores amigas. Se llevó su presencia cotidiana y su sexo y me di cuenta de que ninguna de las dos cosas era indispensable. Y ya no la eché de menos Y recordé que nunca había estado enamorada de ella ni ella de mí. Y recordé cómo era estar enamorada. Y dudé de si tenía edad para que eso volviera a ocurrirme. Y me eché a dormir...

viernes, 12 de abril de 2013

Sin miedo

Tan lejanas y sin embargo tan alcance de la mirada, están ellas, mis propias palabras, tan olvidadas algunas, tan sinceras y tan mías todas, con la autenticidad que emana de quien escribe sin miedo porque  así es como vive.

Elsa estaba conmigo. A vista de pájaro sobre aquellos años, reconozco no haberme enamorado de ella según el esquema clásico. No me daba un vuelco el corazón cuando nos encontrábamos al principio de conocernos ni tenía ansiedad por encontrarla ni padecía de ese irracional miedo a perderla. Tampoco sentía por ella una atracción sexual desbordante. Todo era muy suave y tranquilo desde el principio. Divertido siempre, seguro siempre. Pocas veces dudé de que pasaríamos el resto de nuestra vida juntas, y cuando las dudas asomaban la naricilla, la aplastante realidad les daba un puntapie. Quién me iba a decir por entonces que un día lloraría amargamente su pérdida. Pienso qué ilógico es este pensamiento que acabo de escribir. Era una relación ideal, basada en la confianza, en un cariño inmenso, en la comprensión y en la perfecta comunicación. ¿Por qué no iba a llorar su pérdida? ¿Sólo porque no me había enamorado de ella con esos ingredientes que todo enamoramiento conlleva? Ella tampoco se enamoró así de mí. Fuimos una pareja felizmente no enamorada y si tuviera que decir qué fue lo que llenó de vida y de alegría aquella relación, sin duda alguna se trató de la ausencia de miedo... algo tan simple y tan importante.