miércoles, 24 de abril de 2013

Como un bebé

Es la cercanía del mar. Aunque no pueda olerlo, aunque desde mi ventana solo veo montañas de azul grisáceo oscuro, tejados, la torre de una iglesia y la cúpula de una basílica, aunque me quisieran engañar contándome que estoy en una ciudad del interior, yo sabría que el mar no está lejos, solo porque duermo como un bebé.

Esta familia no es la mía, ni esta casa, y sin embargo, si no fuera por el siroco que azota la ciudad por segunda vez en menos de un mes, diría que esta tierra es mi tierra, así que no puedo hablar propiamente de destierro.

Todas las noches cierro los ojos y me duermo sin dar ni media vuelta. Tampoco es que la anchura de la cama permita muchas aventuras. Y todas las mañanas, entre las 7 y las 8,  me despierta el ladrido del mismo perro. Puedo adivinar que a esas horas el dueño o los dueños se van a trabajar y lo confinan en el balcón. Luego su ladrido se entremezcla con el ruido de los coches que empiezan a circular por la calle y ya me pasa inadvertido. Me pongo en pie, levanto la persiana, salgo al balcón y recibo los rayos de ese sol que ya lleva un buen trecho andado, no como en mi verdadera casa, allí el sol madruga menos.

Mi casa, la verdadera. La añoro, con su olor a casa mía, a gente mía. Con sus ruidos peculiares de buena mañana: el agua de la ducha en el otro baño, luego un secador de pelo, el graznido de ese pájaro tropical que nunca he visto, el canto de un par de canarios que compiten o se comunican, el de los gorriones, que en este tiempo y a esas horas son una mezcla de piar de polluelos y de madre que los alimenta... Mi ropa, mi colchón, mi almohada, unas manos en mis mejillas y un beso en los labios, el ruido de la cafetera, el olor a café, a cola-cao y a tostadas, mi refugio, mi fortaleza, mi hogar... que lo único de malo que tiene es que el mar no está cercano y a veces me visita el insomnio... ¿Alguna vez fui mujer de mar? ¿En otra vida? Me encanta pensar que hubo otras vidas antes que esta. Me divierto contándomelas.

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