viernes, 12 de abril de 2013

Sin miedo

Tan lejanas y sin embargo tan alcance de la mirada, están ellas, mis propias palabras, tan olvidadas algunas, tan sinceras y tan mías todas, con la autenticidad que emana de quien escribe sin miedo porque  así es como vive.

Elsa estaba conmigo. A vista de pájaro sobre aquellos años, reconozco no haberme enamorado de ella según el esquema clásico. No me daba un vuelco el corazón cuando nos encontrábamos al principio de conocernos ni tenía ansiedad por encontrarla ni padecía de ese irracional miedo a perderla. Tampoco sentía por ella una atracción sexual desbordante. Todo era muy suave y tranquilo desde el principio. Divertido siempre, seguro siempre. Pocas veces dudé de que pasaríamos el resto de nuestra vida juntas, y cuando las dudas asomaban la naricilla, la aplastante realidad les daba un puntapie. Quién me iba a decir por entonces que un día lloraría amargamente su pérdida. Pienso qué ilógico es este pensamiento que acabo de escribir. Era una relación ideal, basada en la confianza, en un cariño inmenso, en la comprensión y en la perfecta comunicación. ¿Por qué no iba a llorar su pérdida? ¿Sólo porque no me había enamorado de ella con esos ingredientes que todo enamoramiento conlleva? Ella tampoco se enamoró así de mí. Fuimos una pareja felizmente no enamorada y si tuviera que decir qué fue lo que llenó de vida y de alegría aquella relación, sin duda alguna se trató de la ausencia de miedo... algo tan simple y tan importante.

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