miércoles, 1 de mayo de 2013

Hogar al fin y al cabo

Donde haya lumbre y vino tengo mi hogar, decía Serrat. Para mí es un poco diferente. Ni siquiera hace falta el vino, y la lumbre se puede sustituir incluso por un secador de pelo que me caliente los pies fríos al meterme en la cama. Tengo mi hogar dondequiera que me toque estar, que tenga cuatro paredes, un techo, una cama o similar y una puerta que pueda cerrarse. En el último mes mi hogar ha sido una habitación grande con una cama pequeña que tenía las patas algo inestables, un armario, una cajonera alta, una mesita de noche y una silla. Para hacerlo más acogedor puse sobre la cajonera una maceta y un osito de peluche enano que encontré por allí. Mi hogar tenía un balcón grande desde donde podía ver el amanecer. En ese hogar he leído, he escrito, he soñado y he dormido.

Hoy mi hogar es mucho más pequeño, pero tiene más mobiliario, dónde va a parar. Hasta una tele tengo allí arriba, pegando al techo alto de palacio del XIX. ¡Cuánto tiempo hacía que no veía un televisor! Simpático este sitio, acogedor, limpio, silencioso y con una ventanuco desde donde se ve una palmera. No sé hacia qué punto del horizonte mira mi ventana. Ya lo descubriré mañana cuando salga el sol. Y todo en medio de un barrio donde no conviene salir desde el anochecer hasta el amanecer. ¿Alguien quiere salir? Nadie responde. Claro, estoy yo sola y no saldría ahora ni aunque me encontrase en el centro de París, porque quiero disfrutar de este silencio, de la seguridad de que nadie llamará a mi puerta, de mi soledad. Bendita soledad, la necesitaba.

Antes de que anocheciera, y recordando que hoy no he comido nada desde el tercer desayuno, he salido a comprar algo y 'algo' he comprado, porque no sé muy bien lo que es excepto el muslo de pollo rebozado. Una especie de torta de harina rellena de cebolla y otra rellena de carne picada. También una botella grande de agua. Por aquí las personas que pasan son tostadas, tienen aspecto hindú, unos vistiendo a la manera occidental y otros con sus hábitos largos, las manos sucias y el rostro cansado o aburrido. En las aceras y en el asfalto se acumulan papeles, plásticos y botellas vacías. He vuelto enseguida y me he encerrado. Dormiré esta noche, no como las últimas cuatro noches, porque hoy no tendré que salir a espantar con cara de ogro a aquellos chavales borrachos que hacían sonar el timbre a cualquier hora preguntando si necesitábamos machos.

Unos días-colchón, una cuarentena para asimilar lo vivido. Ya voy, ya voy. Con ganas.

2 comentarios:

  1. Leyéndote da la impresión de que no necesitas hogar, al menos no del que se constituye de enseres u objetos. Parece más bien que lo llevas dentro y lo despliegas allá donde vas, ese es el mejor equipaje y el único necesario: tranquilo, alegre, luminoso, dulce..así lo veo..así lo quiero.

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    1. Cuando mi alma está tranquila, cualquier sitio puede ser hogar. Si está inquieta u oscura ningún lugar, objeto o persona me impide sentirme apátrida, sin-techo, desahuciada. De todas formas, hay algo más que hace hogar de estos lugares transitorios: la seguridad de que son etapas en el camino a Ítaca.

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