jueves, 30 de mayo de 2013

Tener clase

Tener clase no implica necesariamente llevar ropa cara ni saber utilizar los cubiertos o sentarse con el cuerpo erguido. Tampoco hay que ser de izquierdas o de derechas ni tener mucho dinero o haber terminado una carrera, ni siquiera con matrícula de honor. Amén de otras muchas características de las personas con clase, tal vez las que más me atraen son la discreción, el que sea digna de confianza, que sepa a quién no debe buscar en determinados momentos y qué palabras ha de callarse.

martes, 28 de mayo de 2013

Amor

Qué palabra más sencilla, cuántas veces mal utilizada... tan desgastada que seguramente si alguien leyera el título de este post pasaría por alto su lectura. Por usar una sola palabra como título, mucho más atractivas resultarían odio, rabia o desamor. Esos conceptos los entendemos, los conocemos en propia carne, son reales: iríamos a leer buscando eso que nos está pasando, que nos pasó o que tememos que nos ocurra. Pero el concepto amor no vende, estamos cansados y cansadas del amor -igual que de la felicidad- como concepto vacío, como un punto inalcanzable, utópico, una leyenda, un cuento de viejas, un dulce en un escaparate de cristal blindado.

Esto no es un bote de caramelos,
es amor.
Pasamos media vida o la vida entera tocándolo con la punta de los dedos. Si lo sentimos, lo alojamos en el alma junto al miedo, amigos inseparables los dos. Y razones no faltan para que vayan de la mano. ¿Cuántas veces sentiste que no querías tanto como te querían a ti o a la inversa? ¿Cuántas veces no viste que aquella historia tenía los días contados? ¿Cuántas veces quisiste creer en el amor y recibiste un zas en toda la boca? ¿Cuántas veces dejaste de creer en él y maldijiste todos los cuentos, novelas y películas que te hicieron creer que existía? Sensiblerías, oíste decir y te dijiste. De hecho las novelas románticas son cuentos de viejas, no venden... y no venden porque nadie se las cree. Por supuesto que hablo del amor de pareja.

He hecho recuento y diagnóstico de mis amores: En el primero acabé desenamorándome por desgaste, en el segundo me abandonaron cuando me moría de amor, en  el tercero por no creer en el amor que me daban salí corriendo, en el cuarto... en el quinto... ¿Cuántas veces sentí que había correspondencia en intensidad y calidad entre el recibido y el dado? Ninguna. ¿Cuántas veces tuve razones para apostar por una historia, creer en ella y despojarme del miedo? Una, que resultó un espejismo. El amor siempre nació con alguna carencia y de ella se acabó muriendo: carencia de equilibrio, de madurez, de confianza, de intensidad, de pasión, de deseo, de compromiso o de respeto, por mi parte o por la otra. Así que acabé renegando de él y me conformé con recibir y alguna vez dar migajas, placebos de amor.

Artículos que he encontrado al respecto:
  •  No creo en el amor. Todamujeresbella.com. ¿Esperanzador? "Amanecer cautiva de amor" acaba llevándote a buscarlo en la amistad, la familia y las cosas cotidianas.

Pues bien, con la misma contundencia que ayer lo negaba, hoy confirmo la existencia del amor real, intenso, correspondido, equilibrado, apasionado, tranquilo, comprometido, sincero, tierno, fuerte, maduro y niño a la vez, fresco, vivo, muy vivo, un amor con cimientos y horizontes, ese que no está casado con el miedo. Me comprometo a no manchar con mi dolor esa evidencia si algún día se acaba muriendo... y es que aún no he podido verificar -por falta de tiempo- que ese amor pueda durar lo que dure la vida.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Siete camas, dos con rajas

La primera de siete
En 30 días he dormido en:

7 camas,

6 edificios,

4 ciudades,

2 países.

De todas las camas, me quedo con las cuatro grandes, compartidas, mucho mejores las dos con el colchón en una sola pieza. Las que lo tienen dividido son muy aparentes, las ves y piensas: cuatro metros cuadrados para dormir con ella al hilo o en diagonal, para rodar a lo largo o a lo ancho, cuánto campo para la batalla... Pero ¡ojo! en poco rato  te das cuenta de que en realidad hay dos camas, una para ti y otra para ella.  Te pones en la tuya, se pone en la suya. Estáis tan cerca que podéis tocaros. Entonces una de las dos pasa a la parcela de la otra una parte más amplia de su cuerpo hasta que nota que se le clavan los bordes de los dos colchones en las costillas, en los senos, en el hombro... y decide pasar el cuerpo entero. Las dos bocas se besan, los cuerpos se abrazan, arriba, abajo, desde un lado, desde el otro, del derecho y del revés... hasta que se pierde la noción de la superficie ocupada y una de las dos cae en la trampa: la raja se abre y se come una pierna o el codo o el brazo o una cadera  o las dos o se traga a la mujer entera ¿dónde está? Encajonada entre colchones y apoyada en el somier,  o en el suelo, profundamente inaccesible.

miércoles, 1 de mayo de 2013

Hogar al fin y al cabo

Donde haya lumbre y vino tengo mi hogar, decía Serrat. Para mí es un poco diferente. Ni siquiera hace falta el vino, y la lumbre se puede sustituir incluso por un secador de pelo que me caliente los pies fríos al meterme en la cama. Tengo mi hogar dondequiera que me toque estar, que tenga cuatro paredes, un techo, una cama o similar y una puerta que pueda cerrarse. En el último mes mi hogar ha sido una habitación grande con una cama pequeña que tenía las patas algo inestables, un armario, una cajonera alta, una mesita de noche y una silla. Para hacerlo más acogedor puse sobre la cajonera una maceta y un osito de peluche enano que encontré por allí. Mi hogar tenía un balcón grande desde donde podía ver el amanecer. En ese hogar he leído, he escrito, he soñado y he dormido.

Hoy mi hogar es mucho más pequeño, pero tiene más mobiliario, dónde va a parar. Hasta una tele tengo allí arriba, pegando al techo alto de palacio del XIX. ¡Cuánto tiempo hacía que no veía un televisor! Simpático este sitio, acogedor, limpio, silencioso y con una ventanuco desde donde se ve una palmera. No sé hacia qué punto del horizonte mira mi ventana. Ya lo descubriré mañana cuando salga el sol. Y todo en medio de un barrio donde no conviene salir desde el anochecer hasta el amanecer. ¿Alguien quiere salir? Nadie responde. Claro, estoy yo sola y no saldría ahora ni aunque me encontrase en el centro de París, porque quiero disfrutar de este silencio, de la seguridad de que nadie llamará a mi puerta, de mi soledad. Bendita soledad, la necesitaba.

Antes de que anocheciera, y recordando que hoy no he comido nada desde el tercer desayuno, he salido a comprar algo y 'algo' he comprado, porque no sé muy bien lo que es excepto el muslo de pollo rebozado. Una especie de torta de harina rellena de cebolla y otra rellena de carne picada. También una botella grande de agua. Por aquí las personas que pasan son tostadas, tienen aspecto hindú, unos vistiendo a la manera occidental y otros con sus hábitos largos, las manos sucias y el rostro cansado o aburrido. En las aceras y en el asfalto se acumulan papeles, plásticos y botellas vacías. He vuelto enseguida y me he encerrado. Dormiré esta noche, no como las últimas cuatro noches, porque hoy no tendré que salir a espantar con cara de ogro a aquellos chavales borrachos que hacían sonar el timbre a cualquier hora preguntando si necesitábamos machos.

Unos días-colchón, una cuarentena para asimilar lo vivido. Ya voy, ya voy. Con ganas.